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    A fines del siglo XVIII, vivía en nuestra ciudad una joven hermosa y de familia muy decente, llamada María Manuela. Era de un carácter díscolo, agrio y dominante, así como excesivamente vanidosa y amiga de salirse con sus deseos, aunque fuera con perjuicio de otro. Hija única y de casa rica, le daban todos los gustos que ella quería. Por cuya razón contaba con ahorros en su hucha y con bastante dinero para sus caprichos. Cuentan que su madre la pidió un día prestado siete reales (sabiendo que los tenía y con ánimo de probarla) y María Manuela con voz desentonada le contestó:

    • Yo no tengo ese dinero.
    • Si te lo he pedido- le contestó la madre- es porque he sabido y visto que los tienes.
    • ¡Siete legiones de demonios es lo que yo tengo dentro del cuerpo!- replicó con la mayor insolencia.

    La madre, afligida y llorosa, se retiró lamentándose del mal trato.

    Desde ese momento no tuvo María Manuela un día bueno, pues empezó a padecer toda clase de accidentes, convulsiones y otros síntomas que no la dejaban en paz ni de día ni de noche. El que más le llamó la atención fue el incesante escupir, que la mortificaba en extremo al no poderse contener estuviera en presencia de quien fuera. Además hablaba cosas inconvenientes y poco en armonía con su sexo y costumbres familiares. Involuntariamente sacaba lengua a cada momento y fue tanto lo que se acostumbró a sacarla y de tanto tamaño era que le colgaba fuera de la boca y con ella se lamía toda la cara, el pecho y otras partes como si fuera una vaca u otro animal. Este lengüeteo y la incesante salivación la llegaron a poner de tal modo que no podía alimentarse por lo enflaquecía cada vez más, al extremo de parecer una momia.

    Al verle los vecinos y familias de tal forma empezaron a decir que estaba poseída por el demonio y que era preciso “curarla por la iglesia”. Era necesario aplicarle un exorcismo. Para ello hablaron con el sacerdote de la iglesia Mayor Padre D. Marcos García.

    Este la exorcizó en la casa y en la iglesia  en varias sesiones. Dicen que cuando la llamaba por su nombre no le respondía, pero contestaba en el acto cuando citaba los nombres de los demonios que la habitaban: Satanás, Lucifer, Belcebú…   

    El Padre Marcos con los exorcismos le mandaba que salieran del cuerpo de la muchacha pero estos alegaban que se salían era para matarla. Al fin, quiso Dios y la buena suerte de María Manuela que le sacaran los demonios del cuerpo, costando mucho trabajo el último que no quería salir y que le tuvieron que sacar por el dedo gordo del pie derecho; y al sacárselo dejó un rastro de humo y un olor a azufre que apesto a todos los presentes incluso inundó las calles del pueblo durante horas. Por ese tiempo ya era conocida por La Rondona.

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    Durante los siglos XVI y XVII la villa se vio asaltada y arrasada por los piratas. Incontables fueron las veces que los vecinos se acostaron amasando la esperanza de buenas cosechas o prósperos negocios y se levantaron por la madrugada para ver como ardían sus propiedades y eran robadas sus riquezas por los piratas. Tantos fueron los asaltos que se estableció con el paso de los años una especie de acuerdo sin actas.  Los lugareños le proporcionaban los abastecimientos necesarios y los piratas le perdonaban sus negocios y propiedades.

    Muchas personas se iban al puerto del Tesico ante la proximidad de los barcos piratas para asegurarse un buen comercio con ellos, así como cierta tranquilidad.

    En uno de sus viajes, uno de los asesinos del mar, trajo una mujer a residir en Seborucal, a menos de una legua de la villa. Según se comentaba era una mujer extremadamente hermosa, de largos cabellos negros y blanca piel como si diestro escultor la hubiera tallado en pedazo de luna.

    Por unos vecinos de la zona se supo que había sido amante de un doncel español, antes de convertirse en odalisca de un serrallo en la isla Tortuga, de donde la había raptado el pirata para hacerla su mujer en contra de su voluntad. A pesar de vivir bajo la amenaza del pirata lo cierto era que la mujer nunca accedió a sus requiebros amorosos y al regreso de uno de sus viajes el pirata cansado de las negativas de la mujer la amenazó con matarla, ella asustada corrió entre las piedras que rodeaban su choza y  el, cada vez más furioso le ordenaba se detuviera mientras le caía detrás.  Cerca del pueblo logró alcanzarla y ante el asombro de los vecinos- que nada hicieron para ayudarla- de un tajo le cercenó la cabeza

    El tronco de la mujer siguió corriendo no sin antes recoger la cabeza, la envolvió en su vestido y retornó al sitio donde residía. Conocedora de las cuevas encontró una furnia y se refugió en ella. Con las fuerzas que le quedaban logró colocarse la cabeza, mediante conjuros e imprecaciones al cielo. Terminó de recomponerse con pócimas de hierbas y partes de alimañas cazadas por ella.

    Por la pasividad del pueblo ante el su asesinato las fuerzas del mal le dieron permiso para salir cuatro días al año: el primer viernes de enero, el Viernes de Dolores, el Viernes Santo y el viernes anterior a la Natividad del Señor.

    A las doce de la noche salía de su residencia y entraba al pueblo por la parte sur. Corría dando grandes zancadas al tiempo que arrojaba la cabeza, la tomaba en sus manos, y la colocaba sobre sus hombros para lanzar su grito aterrador. Su torso ensangrentado crecía hasta la altura de los balcones y techos y la boca enorme volvía ensordecedor el grito. Después disminuía el tamaño hasta la normalidad.

    Tal era el terror que esos días las patrullas o rondas no salían y las casas se guardaban de dejar un postigo abierto. La población inventaba toda suerte de tapones para los enfermos pues si alguno la escuchaba moría en el acto. Las mujeres embarazadas abortaban o parían jimaguas. El que veía a la Gritona quedaba ciego, tullido  o caía muerto. Al escucharse el primer grito el pueblo quedaba sumido en un hálito de tristeza, aprensión y de pavor. 

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