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    Las implagiables parrandas, que dígase lo que se quiera y califíquenseles como se guste, son genuinamente populares, tradicionales y sobre todo remedianas.

    Así comienza ese trabajo sobre nuestra bella tradición, escrito hace ya muchos años, pero de una vigencia tal que sólo falta añadirle el calificativo de ÚNICAS. Ellas, Las Parrandas, fueron generadoras de otras fiestas populares de los pueblos fundados en la antigua jurisdicción remediana, aunque esas caben más dentro del marco carnavalesco, ya que las de Remedios por su origen, desarrollo y características especiales, son distintas y han llegado a ser en la actualidad el más bello exponente folklórico de la provincia de Villa Clara. En síntesis, ésta es su historia.

    En Remedios, como en otros pueblos antiguos de Cuba, la Religión Católica primaba en los aconteceres cotidianos. La práctica de los ritos religiosos se estimaba un deber de todos, comenzando por asistir a las misas antaño celebradas en horas tempranas de la mañana, no como se celebran en el presente, a cualquiera hora del día.

    Sólo un inconveniente surgía en la estación invernal: lograr que las personas, desafiando la baja temperatura, se levantaran y fueran a la misa del alba, comenzando así sus deberes religiosos los cuales —dicho sea de paso— también iban enfriándose "acorde con el avance de la civilización.

    Del procedimiento puesto en práctica para contrarrestar esos dos "enfriamientos", temperatura y devoción, surgieron Las Parrandas, lo cual vamos a exponer aquí entre estas curiosidades remedianas.

    Desde principios del siglo XIX en esta villa se celebraban las misas de aguinaldo en los días comprendidos del 16 al 24 de diciembre de cada año, concluyendo con la denominada "Misa del gallo" a las 12 de la noche del día 24.

    Allá por el año 1802, cuando se terminó de construir la Ermita de San Salvador, se acordó celebrar "también dichas misas en esta Ermita y a la misma hora que las de la parroquial mayor para comodidad de los vecinos del apartado barrio de Camaco, entonces —antes del incendio de 1819 que lo destruyó— el más populoso y entusiasta de la villa.

    Se designó para sacerdote oficiante al anciano sacerdote José Francisco Rodríguez Guijarro y Loyola, hermano de Francisco Javier, presbítero y sacristán mayor de la iglesia parroquial. Años después, cuando ya las misas se veían poco concurridas, se designó auxiliar a otro sacerdote también llamado Francisco, de apellidos Vigil de Quiñones y a quien se le decía Francisquito por su extrema juventud. Aquella designación que llevaba implícita animar a los vecinos para su asistencia a misa resultó fallida. Estas continuaban poco concurridas, lo cual disgustaba enormemente al padre José Francisco.

    ¿Qué hacer, pues, para superar aquel estado de cosas? Francisquito deseaba contentar al anciano y, ya agotados todos los medios persuasivos para lograrlo, entonces se le ocurre la idea de hacer por las madrugadas todo el ruido posible a fin de que las personas no pudieran dormir, se levantaran temprano y acudieran a la ermita a oír la misa en desagravio al anciano padre.

    Para ello, reunió un grupo de muchachos del mencionado barrio de Camaco, cuyas edades oscilaban entre los 10 y 15 años. Puestos de acuerdo, éstos se proveyeron de cuantos objetos pudieran producir ruidos reñidos con la armonía: matracas, quijadas, güiros, sujey, fotutos, filarmónicas, pitos de agua, rejas y latas llenas de piedra, las que hacían rodar por las aceras, intensificando más el ruido la irregularidad de éstas y formando aquel conjunto un verdadero alboroto.

    Si se logró o no el objetivo perseguido es cosa ignorada por nosotros, pero sí sabemos que gustó mucho a la muchachada y que años tras años fue tomando incremento y engrosando sus filas.

    Por el año 1835 ya eran ocho los grupos de parrandistas representativos de otras tantas barriadas en que se dividía la Villa, llenando de ruido todo el ámbito urbano. Esto dio motivo a la queja presentada al Cabildo (Ayuntamiento) ese mismo año, por el regidor don Genaro Manegía, pidiendo la regulación o supresión de aquellos ruidos infernales producidos por los parrandistas.

    Por esa época contribuía también a aumentar el alboroto con su pregón un vendedor de leche, a domicilio, llamado Gregorio Quin quien provisto de una corneta se hacía acompañar de su hijo Eustasio con una tambora y salía por las madrugadas con sus vacas y chivas, las que ordeñaba en la misma puerta del parroquiano, previa selección hecha por éste del animal, ya fuera pinta, bermeja, blanca, negra, etcétera.

    Con el transcurso del tiempo las parrandas y los parrandistas se hicieron cosa tradicional en Remedios.11 Aquellas fueron perfeccionándose y éstos, a partir del año 1871, dirigidos por dos españoles: José Ramón Celorio del Peso (asturiano) y Cristóbal Gilí Mateu (mallorquín) se agruparon en sólo dos bandos con los nombres de San Salvador y El Carmen, comprendiendo al primero las barriadas de: La Laguna, Buenviaje y Camaco y al segundo: La Bermeja, La Parroquia y El Cristo y llamando a sus integrantes sansaríes y carmelitas, respectivamente. Estos grupos les hacían entrega formal de la enseña del barrio a la tonada de parrandistas que le sucedía, cuando los actuantes ya presumían de hombres.

    Desde el mencionado año 1871, y ya bien marcada la línea fronteriza de ambos barrios, estos comenzaron a presentar —en forma rudimentaria— frente a la plaza de la Reina, hoy parque Martí, trabajos denominados de Plaza, los cuales con el tiempo fueron perfeccionando hasta convertirlos en verdaderas obras de arte hechas por nuestros artesanos, alegóricas a cualquier suceso de actualidad y también reproducciones de figuras y monumentos, tanto artísticos como históricos, siempre con fines ilustrativos.

    La fiesta comenzaba a las 10 p.m. del día 24 de diciembre con la entrada alterna de los barrios cada media hora, a su campo respectivo, uno frente al otro y maniobrando en torno al trabajo de plaza con bonitas colecciones de faroles, quema de fuegos artificiales, voladores, cohetes, luces de bengala, estandartes y banderas, todo precedido por El Gallo y El Gavilán, las enseñas de los barrios, y al compás de bellas polcas compuestas por los músicos remedianos Perico Morales y Laudelino Quintero. Luego se efectuaba la entrada de carrozas y acto seguido la última entrada de cada barrio para dar término a la fiesta ya bien entrada la mañana del día 25. Así, con más o menos variantes y en la misma fecha, continuaron celebrándose las Parrandas hasta el triunfo de la Revolución. Después se transfirió la fecha para celebrar esta fiesta dentro del marco de la Jornada del 26 de Julio en saludo a tan gloriosa efemérides por haber sido ese día y mes del año 1953, cuando comienza a vislumbrarse en el Oriente de Cuba, la alborada de libertad que es nuestra Revolución Socialista.

    Lo narrado demuestra —como lo decimos al principio— que Las Parrandas remedianas pueden considerarse únicas en el folklore de nuestra provincia y, ¿por qué no decirlo? también de Cuba.

    No fueron esos plumíferos los primitivos representantes de los barrios contendientes. El cambio se debió a un jocoso incidente de los muchos que enriquecen la tradición parrandera remediana, el cual sucintamente exponemos a continuación: Cursaba el mes de diciembre del año 1890, y en el ambiente pueblerino desarrollaban sus actividades Emilia Borges (a) Pata e'grillo y NemesiaThombo (a) Carmen Salvador, quienes eran émulas —por cierto, muy populares— de un oficio tan necesario como bien reglamentado en la sociedad de aquel tiempo. De ahí las "consideraciones" de que eran objeto y disfrutaban entre el elemento masculino de la ciudad y sus sitios comarcanos.

    Emilia procedía de una de las capas más humildes de la sociedad remediana y sus medios de vida y conocimientos eran mucho más rudimentarios que los de Nemesia, de procedencia pequeño-burguesa —no remediana— y con una preparación superior y a todas luces, más inteligente.

    Ducha en su oficio, con mucho de psicología para explotarle, dígalo si no el nombre de "guerra" que adopta cuando llega a esta ciudad e instala su negocio en la calle San Simón (hoy Ariosa): Carmen Salvador une de ese modo los nombres de los barrios parranderos para captarse la simpatía y asegura la clientela entre los simpatizantes de ambos.

    Estas dos figuras tienen un bien ganado puesto en la historia del folklore remediano, sobre todo en Las Parrandas, por su participación en el tema que nos ocupa, pues según testimonio escrito de los cronistas de la época, antes del año 1890 los dos barrios tenían otras insignias distintas a las actuales. La de San Salvador eran tres globas y la de El Carmen eran tres estrellas de seis puntas.

    Pero desde el mencionado año 90, los Sansaríes renunciaron a sus globas porque en la madrugada del día 19 de diciembre de ese año, una de las globas empinadas se les fue a bolina y la capturaron los carmelitas allá por la Portada de Hierro, finca ubicada en el camino de Bartolomé, como a dos kilómetros de esta ciudad.

    Entonces, y a instancias de Aniceto Veranes, que ese año fungía de subdelegado de la barriada sansalvadoreña La Laguna, se acordó que desde entonces la enseña de San Salvador fuera un gallo y se le dio la encomienda de forrarlo a Emilia Pata e'grillo para estrenarlo el día 24, en la fiesta principal.

    Enterados de esto los carmelitas, y en posesión del trofeo capturado a sus rivales, no desperdiciaron la ocasión para oponerle al plumífero sultán del gallinero escogido por los sansaríes, el garrudo gavilán que también sacaron esa noche del 24 junto a la globa, pero de tal forma estilizada y adornada por Carmen Salvador —pues esta vez no pudo ocultar su filiación carmelita— que aquello resultó un choteo. No parecía una globa; daba la impresión de lo que los sansaríes no tardaron en llamar El pirulí de doña Carmen.

    A ello se debe que desde entonces el barrio de El Carmen tenga dos insignias: el Gavilán y la Globa o Pirulí de doña Carmen.

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    La ciudad cuenta con una fiesta de carácter popular con más de 277 años de vida, pues hoy se continúa desarrollando y la colocan dentro de las primeras fiestas tradicionales de Cuba. Los historiadores coinciden en que no hay noticias de que en otro lugar del país existieran en el siglo XVIII fiestas de carácter popular.

    Las Ferias de San Juan, llevadas a cabo en la octava villa para celebrar el Aniversario de Fundación de la ciudad en el mes de junio y en el marco de las conmemoraciones del Santo que le da nombre a esta festividad, constituyen un rescate de las tradiciones más genuinas de la localidad. En ella podemos encontrar juegos tradicionales, venta de comestibles, bailes, retretas, fogatas, ceremonias religiosas dedicadas a San Juan Bautista, patrono de Remedios, además se escenifica la captura del Güije por los siete Juanes.

    Todos los remedianos esperan año tras año, sobre todo los niños, la escenificación de la captura del Güije de la Bajada (leyenda remediana), el que todos los años escapa para poder permitir que el año próximo pueda ser capturado de nuevo, veamos que cuenta esta leyenda:

    “Cuenta la leyenda oral que allá perdida en los años del siglo XVIII rondaba por los campos cercanos al río de la Bajada, muy cerca de Remedios, un personaje de pequeña estatura, de ojos saltones, peludo y cabezón que habitaba en una poza de esta río, los vecinos los llamaban el Güije de la Bajada, dicho diablillo acababa con los sembrados y animales de la zona sin que pudieran capturarlo aún con los más sofisticados trucos.

    Un día aparecieron unos amarillos papeles en la ermita del Santo Cristo que tenían la clave de cómo capturar a este pequeño demonio.

    La solución planteaba que había que buscar siete Juanes “primerizos” y en la noche del 23 de junio, amanecer 24 día de San Juan, debían esperar en los alrededores de la morada del Güije y aprovechar el momento en que saliera de la poza y capturarlo.

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