La loma del Tesico, distante una legua de la villa, está bordeada por el camino que conduce a Pueblo Viejo y termina en la ensenada del Tesico, lugar del primer asentamiento. Las noches de cuarto menguante nadie se aventura por estos parajes. En la cima de la pequeña elevación, el Carbunclo se pasea desesperado de un lugar a otro, deteniéndose para lanzar agudos aullidos a la luna. De su frente brota un chorro de intensa luz que ha dejado ciego a más de un arriero. Dicen los ancianos que escucharon de sus padres la existencia del Carbunclo desde los primeros tiempos, incluso antes de la llegada de los españoles. Muchos afirman que la luz brota de un enorme diamante que tiene el animal incrustado en su frente.