En los primeros años del siglo XIX, merodeaba por los alrededores un indio bravo, resto de una familia indígena de esta comarca. Se llamaba Luis Beltrán y tenía por apodo El Indio Martín. Se dio a conocer por sus robos, merodeos y asaltos en las casas de campo, donde hurtaba lo que necesitaba. Se hizo notable por su extraordinaria destreza con las armas, un chuzo hecho de un palo de guayabo con la punta endurecida al fuego y el arco y la flecha; y por su ligereza, pues corría con más velocidad que un caballo de carrera. Tan pronto se le veía en los Ejidos de la ciudad como en Seibabo, Pirindingo, el Guajen, incluso muchos comentaban de su presencia por el Camagüey, Morón. Caminaba al parecer todos estos lugares y podía estar en dos a la vez lo que hizo pensar a la gente sencilla que era un ser sobrenatural. Se cuenta que solía decir para burlarse de sus perseguidores: soy Luis Beltrán, el Indio Martín, y ni me cogen ni me cogerán. Iba siempre desnudo y descalzo y solo se alimentaba de las lenguas de las reces que encontraban, muertas o simplemente heridas. Hasta los negros cimarrones que andaban por el monte huían de él.
Se robó una niña de diez años, la que enseño a robar y cazar como él, haciéndola al parecer su mujer. Se la quitó una partida de remedianos en Las Sabanas de Ciego. Luego robó un niño. Lo mataron un Jueves Santo, cerca de Santa Fe.