vista.JPG
    vista.JPG
    previous arrow
    next arrow

    El Santo

    Inicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivadoInicio desactivado
     
    Valoración:
    ( 0 Rating )
    Pin It

    Vivía en esta ciudad, allá por la segunda década del siglo XIX un joven muy distinguido, elegante y buen mozo, que se llamaba  Don Agustín González, hijo de excelente familia, de honrados procederes, temerosos de Dios y con sobrada hacienda para vivir holgadamente  de sus rentas.

    Amigo de los placeres y con sobrados medios de realizarlos, parece que no era tan parco en los de Venus, cual convendría a la moral de aquellos tiempos. Entre sus muchas conquistas amorosas alguna debió de ser muy excepcional y sobresaliente cuando, de la noche a la mañana la vida del joven dio un giro de ciento ochenta grados.

    Al parecer la conciencia de Agustín, estaba recargada con algún pecado sin absolución. Durante días se le vio desandar las calles taciturno y apenas respondía a los saludos con monosílabos o gestos de fastidio. Era tanto el peso que soportaba su espirito que resolvió acercarse al Tribunal de la Penitencia para comunicarle al confesor los tormentos de sus alma.

    Por entonces oficiaba en la iglesia Mayor, Cura vicario interventor de la Santa Cruzada y Cura Inquisidor Francisco Vigil, famoso por el estricto comportamiento que exigía a sus feligreses. Durante varias horas Agustín vertió sobre el sacerdote las razones de su pesar. A medida que el joven se iba despojando de sus culpas el rostro del Padre Vigil se tornaba púrpura y sus ojos se agrandaban de espanto. Asustado salió del confesionario y en tono enérgico le negó la absolución al joven.

    Abochornado, ya sin un asidero, no hubo más refugio que su casa y durante los primeros nueve días su austeridad asombró a la familia que lo vieron hincado ante la figura del redentor, una y otra vez rezando el Padre Nuestro.

    Cuando salió a la calle, no miraba a ningún sitio en específico, su mirada parecía dirigirse a un punto más allá de la razón humana. Sus familiares, amigos y conocidos le preguntaban la causa del cambio en su vida y el silencio era la respuesta. Tampoco quería probar otro alimento como no fuera la yema de huevo que diariamente se ingería a las doce en punto.

    Pasaron veinte años en los cuales llegó a privarse por completo de los alimentos y su mutismo llegó a ser tal que con el tiempo lo creyeron mudo de toda una vida. El pueblo comenzó a ver esto como algo sobrenatural y empezaron a concederle el olor de Santidad. ¡El muerto vivo! ¡El Santo! Le decía los que estaban penetrados del misterio de su supervivencia. El fanatismo llegó a tal extremo que llegaron a clavarle alfileres por todo el cuerpo para ver si se quejaba y nada, la mirada seguía clavada en la distancia. Los familiares sacaban por las tardes los alfileres de su cuerpo y sus labios no eran capaces de hacer la mínima señal de dolor. Una tarde se lo llevaron en una litera hacía Mayajigua, parecía una momia. Cuentan que antes de llegar a su destino se deshizo entre las sabanas y desapareció.

    Escribir un comentario

    Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social.Su correo electrónico no será publicado


    Código de seguridad
    Refescar

    ¿Le ha resultado útil la información publicada en este portal?